Aquí podemos recooler todas as teses recollidas por Boadella en Memorias de un bufón e outros.
É interesante tamén este reportaxe sobre Javier Gutiérrez en El Pais, que reproducios íntegro a continuación.
Ten varias partes.
Na primeira, o xornalista retrata unha xornada maratoniana do actor. A un lector tipo do xornal non creo que o conmova. Tenderá a pensar "se a min me pagaran asi por pintar a mona, non me importaría". Como eu son actor, conozo ese tipo de xornadas, e sei que son moi duras. Tamén sei que pintar a mona é un traballo moi especializado (se nón o fose, tamén o noso lector tipo se dedicaría a el), moi exixente (hai que sacar un 10 cada vez que nos apunta a cámara ou que se abre o telón. Menos dun 10 non sería aceptable polo público. Algo que no traballo do noso lector tipo seguro que non sucede), e non tan ben pagado (no noso salario van prorrateadas as vacacións e pagas extraordinarias. Por outro lado, é absolutamente inestable.)
Na segunda fálase do tópico mito do wannabe, o soño de ser actor, e tamén do tópico mito do teatro como espectáculo de calidade.
Na terceira aparece o bufón transgresor: quéixase de discriminación por cuestión de xénero, neste caso masculino e fala do seu compromiso cos outros bufóns (cos subnormais, como din os directivos de TV).
Por último, denuncia que “a los actores españoles se nos ha tratado como a delincuentes”. O xornalista admite que "en su caso parece que han sido sus escasos pelos en la lengua (...) hacer declaraciones en contra del Partido Popular y del en ese momento ministro de Hacienda, Montoro. Recuerdo un titular, por ejemplo, en El Periódico, y, después de eso, tener una inspección todavía más sangrante".
Finalmente recoñece que “yo no estoy en la ruina como muchos compañeros, pero sí he perdido gran parte de mi patrimonio. Seguramente, por dedicarme a lo que me dedico".
Remata cunha reflexión moi significativa do carácter do bufón, xa que se arrepinte de ter ido demasiado lonxe nas suas transgresións e bufonadas, aínda que supoñemos que tería sido imposible non facelas. O caso de Woody Allen e de tantos outros é similar. Isto é o que di:
Con la lección aprendida desliza esta reflexión: "A día de hoy, creo que no hace falta estar tan expuesto políticamente para dejar clara una posición. Llevando tu vida profesional de según qué manera también se dejan claras algunas cosas. No tengo miedo, pero tampoco creo que haya necesidad. Por un titular incendiario no se queda uno más a gusto”.
Todo isto lémbrame a copla que citaba Castelao cuando se emborracha un pobre, le llaman el borrachón. Cuando se emborracha un rico, ¡qué gracioso es el señor! Gustariame aplicala ás inspeccións de Facenda ou á crucifixión pola opinión pública, e ver cómo se pode adaptar para incluir unha terceira categoría, a do lumpen e a bohemia onde estamos enmarcados os bufóns. Dame a impresión de que no noso caso somos ambivalentes, agora graciosos e segundos despois borrachóns desprezables.
Javier Gutiérrez: “No estoy en la ruina como otros compañeros, pero sí he perdido parte de mi patrimonio”
El actor español completa jornadas de trabajo de 14 horas y confiesa que es complicada la conciliación: tiene la custodia compartida de su hijo de 10 años
MADRID 7 NOV 2019 - 08:19 CET
Javier Gutiérrez ha pasado la noche en un hospital madrileño. Su hijo Mateo, de 10 años, con discapacidad, se ha puesto enfermo. Se prepara y sale disparado hacia el Teatro Español, donde tiene ensayo general de la obra ¿Quién es el señor Schmitt?, que se estrena esa misma noche. Por el camino ha recogido a su madre en el aeropuerto y ha llevado unos recados a casa. Cuando termina con todo, baja al Teatro del Barrio donde unos periodistas le han convocado para participar en un documental homenaje al director sevillano Alberto Rodríguez, con quien él ha trabajado en Grupo 7 y La isla mínima. Al terminar, Gutiérrez vuelve al Teatro Español, recoge su coche, regresa al hospital para ver cómo está su hijo, pasa por casa y por tercera vez al teatro, donde estrena a las ocho de la tarde. Tras la función, saluda a los invitados, pica algo (un par de cervezas y un pincho de tortilla) y a las 23.30 le espera un coche para rodar hasta las seis de la mañana la tercera temporada de Estoy vivo, de La 1. La pregunta es: cuándo duerme este hombre. “Desde hace tiempo siento que muchas veces no soy dueño de mi propia vida. Conciliar la vida personal con la profesional al nivel en el que a veces me encuentro es harto complicado”, confiesa.
“Desde hace tiempo siento que muchas veces no soy dueño de mi propia vida”
Al margen de todo esto, Javier Gutiérrez (Asturias, 1971) está listo para el estreno de una nueva temporada de Vergüenza, en Movistar; prepara la nueva película de Manuel Martín Cuenca para enero, y hasta el 10 de noviembre seguirá en el teatro de la plaza de Santa Ana de Madrid con Cristina Castaño en ¿Quién es el señor Schmitt?, que ha estado un año de gira. “Cuando algo es muy goloso no se puede decir que no. Al empezar en Estoy vivo no apostaba demasiado por la serie, porque combinaba demasiados elementos y había saltos muy complicados. Pero confiaba en el equipo y, mira, entre todos lo conseguimos. En Los Serrano, Antonio Resines me dijo: 'Nunca te bajes de un tren en marcha, Gutiérrez'. Sé de compañeros que lo han hecho y eso de un modo u otro al final pasa factura. Y en cuanto al teatro… Si no lo hago cada cierto tiempo me falta algo. Es muy difícil encontrar un texto. Si tengo que hacer encaje de bolillos para llevar una vida coherente como padre separado con un hijo en custodia compartida, rodar 14 horas diarias y, los fines de semana, hacer teatro, que sea por algo muy bueno".
Gutiérrez llegó a Madrid desde Galicia (nació en Asturias, pero pronto se desplazó a Ferrol) con la ilusión de ser actor en 1990. Ahí no pensaba en una alfombra roja en la Gran Vía o estrenar en Cannes. Lo primero que hizo fue gastarse 150 pesetas en ir a ver desde el gallinero del Teatro Español a José María Rodero en Las mocedades del Cid. Gutiérrez soñaba con estrenar una obra en ese escenario, ni siquiera con ser protagonista. "Y hoy, 29 años después, por fin veo cumplido ese sueño con creces. Por eso sigo haciendo teatro, para no perder de vista a ese joven de 18 años”, afirma.
El actor siente que las cosas ahora van muy rápido, y los jóvenes tienen sus miras puestas en cosas distintas a los de su generación. “A mí me cambió la carrera La isla mínima en 2014. Me convocaron a una prueba para Grupo 7 porque haciendo Ay Carmela en el teatro desperté el interés del productor… Y la oportunidad llegó. Siempre digo a compañeros que veo desesperados que, cuando te consideras actor de verdad, es imposible tirar la toalla. La oportunidad siempre está a la vuelta de la esquina. Porque el factor suerte en este oficio es fundamental, pero cuando llega hay que estar preparado. Y yo, tras Águila roja, haciendo todo el teatro que hice y rodando películas, unas mejores y otras peores, sabía que en el fondo me estaba preparando para ese día”.
“Si tengo que hacer encaje de bolillos para llevar una vida coherente como padre separado con un hijo en custodia compartida, rodar 14 horas diarias y, los fines de semana, hacer teatro, que sea por algo muy bueno”
Y llegaron todas las oportunidades que incluso le hicieron ganar el año pasado dos premios Feroz (que conceden los periodistas de cine, los llaman la antesala de los Goya): el de cine por El autor y el de televisión por Vergüenza. “Fíjate, yo lo viví de manera agridulce. En la película [El autor, 2017] tengo un desnudo integral que sobre el papel está más que justificado y que, bueno, cuando toca es parte de mi trabajo y listo. Pero llegué a la gala y los presentadores en un momento dado se metían con mi físico, algo que formaba parte de un guion que como poco vi poco afortunado. Me pilló fuera de juego, creo firmemente que las personas somos más que eso. Me quedé con las ganas de decir que se habían equivocado. Si hubiese sido una mujer y los presentadores se metiesen con su culo, arde Troya”.
“El guion de ‘Campeones’ viajó por varias cadenas y no había manera. Según algún directivo, 'las películas de subnormales no dan dinero'… Yo renuncié a protagonizar ‘La casa de papel’ por hacer ‘Campeones"
Su grado de compromiso llega a cotas más altas. Cuando recibió el guion de Campeones, la tarea no era fácil. “El guion viajó por varias cadenas y no había manera. Según algún directivo, las películas de subnormales no funcionan, no dan dinero. Yo entiendo que algunos sueldos se tienen que justificar en un Consejo de Administración con resultados, no con una buena película. Pero mira… Fesser [Javier Fesser, el director de Campeones] no vio en mí solo al actor capaz de encarnar a Marco, sino también el que era capaz de sacrificarse en aras del equipo. Tras tres días de pruebas con chicos discapacitados le dije al director si estaba seguro de lo que hacía: era complicado que se aprendieran el texto, que respetaran las marcas… el nivel de energía y concentración puede llegar a quemar. Pero Fesser confiaba en mí de tal forma que renuncié a protagonizar La casa de papel por hacer esta película: mi compromiso con esta película estaba por encima del trabajo. Tengo un hijo con una discapacidad y esta peli tenía que hacerse sí o sí, independientemente de las críticas y la taquilla”.
“A los actores españoles se nos ha tratado como a delincuentes y hemos estado en el ojo del huracán sin ninguna necesidad”
Y lo demás es historia: Campeones ganó el Goya a la mejor película y, con más de 20 millones de euros, es la decimotercera más taquillera de la historia del cine español. Uno de esos éxitos que a veces hace que el foco de Hacienda vaya hacia tu persona, aunque en su caso parece que han sido sus escasos pelos en la lengua los que más le han perjudicado en ese sentido. “Yo no estoy en la ruina como muchos compañeros, pero sí he perdido gran parte de mi patrimonio. Seguramente, por dedicarme a lo que me dedico y hacer declaraciones en contra del Partido Popular y del en ese momento ministro de Hacienda, Montoro. Recuerdo un titular, por ejemplo, en El Periódico, y, después de eso, tener una inspección todavía más sangrante. Porque a los actores españoles se nos ha tratado como a delincuentes y hemos estado en el ojo del huracán sin ninguna necesidad".
Con la lección aprendida desliza esta reflexión: "A día de hoy, creo que no hace falta estar tan expuesto políticamente para dejar clara una posición. Llevando tu vida profesional de según qué manera también se dejan claras algunas cosas. No tengo miedo, pero tampoco creo que haya necesidad. Por un titular incendiario no se queda uno más a gusto”.
Non comparto a corrente principal de pensamento sobre o bufón. Paso a comentar algunhas destas ideas a partir da miña propia experiencia e reflexión sobre o tema.
O adestramento dun bufón é vital porque necesita dominar un amplo rango de habilidades.
Eu defendo o contrario: se isto fose certo Cañita Brava non entraría na categoría de bufón. Tampouco entraría El Gran Wyoming, que sen dúbida ten altos coñecementos sanitarios, pero non baila, nin canta, nin actúa nin fai acrobacias a un nivel extracotiá.
En que sentido se di que "o actor é un bufón"?
En primeiro lugar, que "o actor é un bufón" non é algo que se diga na profesión. Dígoo eu, a algún outro tamén o di (Albert Boadella, por exemplo), pero cando pronuncio esta frase diante dos compañeiros do noso sector non é ben recibida. Non é ben recibida porque o mantra da nosa profesión desde que eu me dedico a isto é “dignificar a profesión”. E na profesión sabemos que o bufón é un ser indigno, sen prestixio social, ou peor ainda, cun prestixio social pendular, que oscila en función do humor do gobernante que estea no poder. Iso que un compañeiro meu resumía na frase “o actor, entre a gloria e a merda”. É interesante salientar que este actor non era ningún intelectual, máis ben o contrario, pero entendía perfectamente cal era o seu lugar no mundo.
Non concordo en que o actor, como o bufón cuestiona a realidade. Adopta diferentes máscaras para expoñer verdades sociais.
En realidade, case penso o contrario: ambos dependen históricamente do poder (relixioso ou civil), e seguen a depender a través do sistema de subvencións. Tamén dependen do favor do público. De modo que eu non diría que a súa arte sexa negativa (refírome ao concepto de negatividade de Theodor Adorno). A arte negativa está limitada á alta cultura, que se converteu nun fetiche para a alta burguesía. Pero as artes escénicas non seguiron ese camiño: xa non hai un Lord Chamberlain/Isabel I que patrocinen a Shakespeare, nin un Luis XIV que patrocine a Moliere. Dous autores, por certo moi transgresores, moi bufonescos que denunciaban hipocrisías ou inxustizas de burgueses e nobreza, pero nunca dos reis, os seus protectores. Moliere é o grande bufón creador de feroces sátiras sociais, algunha delas proposta directamente por Luis XIV, que estaba interesado en criticar aos burgueses ou aos turcos.
Por último, a mostra máis obvia da condición bufonesca do actor son as galas: os premios Goya, Feroz, Mestre Mateo, etc. Os actores e actrices vamos vestidos coa roupaxe do poder (coma ían en tempos os bufóns da Corte), pero esa roupa non é nosa, xa que non teriamos cartos para pagala: é emprestada por grandes firmas de costura. Mostrámonos diante do noso publico como se foramos xente de palacio, pero nos sabemos ben que o dia despois da gala teremos que devolver esa roupa en perfecto estado, e somos conscientes de que non temos o mesmo status social que os ministros ou os financeiros que se retrataron connosco no photo call. De feito unha gala de cine poderiase definir como unha asemblea de parados, xa que iso é o que son a maioría dos que alí estan. O espectador tamén o entende así: "esta xente van de estupendos, pero no fondo son uns pringaos" (desculpa o vulgarismo, pero creo que ilustra ben a condición social do bufón).
A política é unha parte esencial do repertorio dun bufón. Tradicionalmente, os bufóns tiñan a liberdade de criticar aos líderes e o sistema sen sufrir consecuencias. Oxalá fose certo isto, pero non o é. Xa Tersites (feo, coxo e virollo) na Iliada se atreve a increpar ao poderoso… e acaba levando un pao no lombo e coa promesa de azoutalo se volve reincidir. No ámbito da stand up comedy, «the jester’s privilege», refírese a esa liberdade de criticar que permite ao artista tomar a risa calquera tema, aínda que sexa tabú, xa que a audiencia non llo tomará a mal. Ese privilexio do bufón non o coñece nin o acepta o público, e moito menos o contratante. E, en consecuencia, o stand up, que podería ser o xénero máis bufonesco e negativo, na realidade é un xénero que habitualmente se debate entre o costumismo afirmativo e a simple sátira política para reafirmar aos espectadores na súa propia ideoloxia. Houbo e hai excepcións, claro.
Na miña opinión hai moita confusión cando se fala de actores e xuntamos as variables “política, “esquerda” e “transgresión”. Emilio Gutiérrez Caba afirma en El tiempo heredado, pax 162 que a súa familia (unha dinastía de actores e actrices que aínda perdura) “era de derechas sin duda alguna”, e moi relixiosa. Agora ben, estas circunstancias no estorbaban para que fosen tolerantes, permisivos y que asumiran certas actitudes disidentes da súa contorna sen hipocresía. É dicir, unha cousa é dicir que os actores e actrices históricamente viviron á marxe das convencións sociais (isto é un patrón universal tanto en Europa como en Asia), do mesmo xeito que os bufóns, e outra moi diferente afirmar que se rebelan contra as regras de xogo. Os actores non fan crítica da axenda dominante. E cando o fan, quedan sen traballo.
Un personaxe bufonesco non só fai rir, senón que aborda temas profundos como a condición humana, o poder, a desigualdade ou a moralidade.
Isto é certo sempre, e hai casos moi obvios coma o de “El loco de la Colina”, por certo, un grande nome para un bufón. O que non comparto é que o bufón necesita unha comprensión filosófica que lle permita explorar estas cuestións de forma intelixente, porque a provocación do bufón non está vinculada necesariamente á intelixencia, senón á diferenza. As reflexións dos loucos, do outro, do diferente sobre o poder sempre son interesantes. Non necesitan ser intelixentes. Máis ainda: na miña opinión a intelixencia nas artes escénicas está sobrevalorada.
O adestramento físico dun bufón inclúe disciplinas como o mimo, a danza, a acrobacia e o clown.
Non o comparto. O bufón non crea personaxes grotescos ou caricaturescos: él é o personaxe. Pode implementar técnicas extracotiás, pero non é necesario. O bufón é a performatividade por antonomasia: él é o espectáculo, a súa mera presenza comporta unha expectativa. Non hai personaxe.